lunes, 28 de noviembre de 2011

Bienvenu

Bienvenido, si vas a leer lo que escribo. Si solo quieres pasar por aquí a pegar un vistazo y te reservas el derecho a visitarme otro día con más tiempo, ve por la sombra. Y si me has encontrado por casualidad, y por causalidad decides salir por piernas, no debo reprochártelo; yo mismo, en tu lugar, también lo haría.

Comenzaré, suponiendo que aún sigues leyendo, por presentarme. Me llamo Josep Luís Coll. Casi como el humorista, el de Tip y Coll. Si eres muy joven, ni sabrás de quién te hablo. Normal. Como le ocurre al Serrat, tengo un nombre catalán y otro castellano, cosa que a tí, es bastante probable, te importe una mierda. Lo sé, lo sé. No he elegido un buen día para comenzar a escribir en mi blog. Seguramente, es la única cosa en la que estás, hasta este momento, de acuerdo conmigo. Así que lo mejor es darlo todo y jugar sobre seguro:

Mi altura es de 6 centímetros y 9 milímetros.

Que no, que no. No me he equivocado. Habrás pensado que esa es mi altura a la americana (o sea, 6 pies y 9 pulgadas; lo que, para un europeo de tu escala, serían 206 centímetros). Pues no. Mido, exactamente lo que ya he dicho: 69 milímetros.

Sin duda, pensarás que me estoy quedando contigo. O que estoy loco. Pero es cierto. Mido eso, casi siete centímetros, pizca arriba, pizca abajo. Es decir: supero con mucho la media de altura de los que vivimos en el mundo a escala 1:32.

En tu descomunal mundo, el mundo a escala 1:1, mi revelación no debería extrañarte; cosas más raras habrás visto. Incluso puede que creas que, más que chalado, estoy intentando (inútilmente, presumes) tomarte el pelo. No obstante, si has leído cosas que un joven del siglo XXI no debería haber leído, recordarás a los liliputienses y esa película tan mala que, hace poco, protagonizó Joe Black basándose en la historia de Jonathan Swift. Si, además, eres un friki empedernido, te acordarás de "El mundo secreto de Arrietty", una película japonesa de animación basada en la historia fantástica de Mary Norton, "Los incursores". Y si, amén de cultureta y friki, eres un pervertido (o pervertida, bendita seas), ya habrás dejado de leer esta sarta de chorradas y andarás buscando en la red la manera más rápida y económica de descargar el comic erótico titulado "Gulliveriana", de Milo Manara, cuyo recuerdo, mira por donde te he evocado.

Todo eso, fíjate, lo he pensado en un instante. No sé si me he quedado corto, o si, en cambio, he ido demasiado lejos. Lo más probable, sin embargo, es que a estas alturas ya te habrás marchado. Mejor para tu salud mental, si es así. Si no, si sigues aquí, aventuro a que lo haces por que he conseguido despertar una, insana por cierto, curiosidad hacia mi diminuta (bajo tu perspectiva, por supuesto) persona. Y eso, pobre criatura a escala 1:1, es un mérito del que me atrevo a presumir.

Permíteme una pequeña carcajada.

Y prosigo.

En mi mundo, ya te dije, todo está a escala 1:32. A tu escala, aclaro, 1:32. El Everest, los donuts, mi Macbook Air, incluso mis problemas están a escala 1:32. Naturalmente, ni yo ni nadie de mi misma escala, suele reparar en ello. Solo lo hacemos cuando comparamos, cuando tomamos conciencia de vuestra imponente presencia. Y eso, aunque pueda asombrarte, ocurre en muy raras ocasiones.

Soy español. Español a escala 1:32. Me he divorciado dos veces (a escala 1:32, por supuesto) y, no sé por qué motivo, he acabado en Francia, en la Francia a escala 1:32, donde he arrendado un semiabandonado bar de carretera, la carretera secundaria 113 que cruza Salon-de-Provence con destino a Arlés (o a Marsella, si se viaja desde el oeste hacia el sur).

No para mucha gente en mi negocio. Hay montones de ciclistas y motoristas que vienen y van (sobre todo los fines de semana) pero la pinta de mi bar no debe agradarles, porque no se detienen más que para mear en mis paredes cuando sus vejigas se lo exigen. Ni siquiera se molestan si los insulto. Para los gabachos, alguien que maldice en castellano simplemente no existe. Debería plantearme seriamente la posibilidad de hacerme con un perro para espantarlos. A escala 1:32, por supuesto. Y alemán, que acojona más.

Por hoy es suficiente. Tanta cháchara me ha dejado agotado. Ha sido un día largo, aunque no excesivamente duro. Para darle un poco de color a mi primer post, acompaño algunas fotografías que he tomado yo mismo con mi móvil. Una de ellas, en la que aparezco intentando hacer funcionar una antiquísima cámara de fuelle que encontré en el desván del bar, me la hizo Mme. Colliure, la anciana que me lo ha arrendado. Deben tener, la señora y el aparato juntos, más de doscientos años.


Mi buzón, que, además, es una vieja pajarera.



Detalle del indicador de Arlés, junto a la chimenea.


Este soy yo, intentando hacer una fotografía.



Mi preciosa Ducati 750 Sport, de 1973.


El bar, con mi Ducati y el viejo pony Santon en su cuadra. ¿No he hablado de Santon?
Pues lo haré (si me acuerdo) en mi próxima entrada.



Como dice un buen amigo mío (a escala 1:1, por cierto):
¡Salud y slot!