lunes, 7 de enero de 2013

Cavallino ... di Troia

Saludos, estimado lector. Parece imposible, pero ha pasado poco menos de un año desde que diera cuenta en este blog de mis cuitas y desventuras. "Debe de haber estado muy ocupado", podría deducirse. Y así ha sucedido. Ha sido el periodo más increíble de mi pequeña vida. Pequeña, insisto aún a riesgo de ser repetitivo, porque mido únicamente 6 centímetros y 9 milímetros. Es decir: bajo tu perspectiva, habito tu mismo mundo a escala 1:32.

Espero que, con ocasión de las fiestas navideñas que acaban de finalizar, tu familia, los amigos o incluso tus compañeros de trabajo hayan sido generosos con tu persona. Conmigo, recién llegado de un largo e increíble viaje, mis allegados han resultado, y empleo términos pseudocientíficos para describirlo, incapaces de cuantificar las necesidades pascuales del sujeto del estudio, que soy yo. De hecho, fueron lo suficientemente crueles como para obsequiarme con un escalímetro o escala de arquitecto. A escala 1:1, por supuesto.

Pronto os contaré de mi visita a Andalucía durante el pasado verano, sobre mi bar de carretera y Mme. Colliure, acerca de Renata y su reciente ruptura con Fabrice, el promotor de carreras de coches clásicos (a escala 1:32, aclaro). Pero es que lo que me ha sucedido recientemente, ay, es muy gordo. Pensándolo mejor, imposible de creer.

Comenzaré por el principio, como es lógico. Supongo que el lector conocerá a un fulano que se hace llamar J.J. Benítez. Si no es así, aclaro que es un periodista e investigador del fenómeno OVNI español (a escala 1:1, por supuesto). El tipo ha escrito una ristra (que no saga) de libros en los que, como núcleo de la historia, utiliza una supuesta máquina del tiempo que posibilita la visita de militares contemporáneos americanos a la Galilea de Jesucristo. Imagínese el lector el embrollo y las ganancias que llega a generar, tras nueve relatos trabajados y vendidos a porrillo por todo el mundo, cristiano o no.  En fin. Con esto quiero decir que algo similar he vivido yo durante cuatro increíbles semanas. Espeluznante. Sobrecogedor. Delirante.

No, no. No he diseñado mi propia máquina del tiempo. ¡Qué más quisiera yo ser ingeniero, con lo bien considerados que están (o estaban, que con la puñetera crisis ya ni ellos conservan el salario)! No he viajado al pasado por un agujero de gusano, ni he recuperado una vida pasada mediado el concurso de un hipnotizador de feria. Tampoco he catado alucinógeno alguno, si es que, además de lector, eres malpensado. Simplemente, y no pierdas para ello la perspectiva que de mi persona obtienes, me caí en un belén. Sí, en un puñetero belén, de esos que adornan las casas de los españoles durante la inacabable Navidad. ¿Cómo fue? Lo ignoro. Al acostarme, lo hice en el jergón que tengo en el almacén de mi bar, en la Francia a escala 1:32. Amanecí, sin embargo, en el Belén del año I, con el Mesías recién nacido en el pesebre y rodeado de gente rara.

Decir que he vivido una experiencia vital que, salvo generosa remuneración, jamás repetiría. Los pastores van a su bola, a los romanos no le agradan las visitas inesperadas, las lavanderas no se callan ni debajo del agua (es cierto, hice la prueba) y el caganer tiene, pobre, síndrome de colón irritable. Sin televisión, sin internet, sin clubs de alterne ni carreras de coches clásicos que presenciar me resultaba desesperante el día a día. No obstante, el día de Nochebuena me coloqué  un disfraz de centurión que, bien es cierto, era un imán para las churris. Y aunque las antiguas palestinas no pasaban de la sonrisa acaramelada y alguna que otra carantoña, caray, he de decir que hubo momentos en que disfruté de mi inesperado palmito de latin lover.

Afortunadamente, esta mañana una mano a escala 1:1 me ha rescatado de aquel lugar. Ahora mismo, estoy waiting, desconociendo si vuelvo a mi barucho de carretera o me meten en un siniestro cajón, como a los integrantes del belén. Continuaré, si me dejan, informando.



Panorámica de la casa - corral donde estuve malviviendo en Belén.


            Aquí una fotografía panorámica, con el Ángel en primer plano.


Noemí, la cantarera. Pedazo de mujer.


Este soy yo,  hecho un Marco Antonio.



Junto al rio, pelando la pava.




La Virgen y el Niño.


El pesebre


          El caganer en acción (y unos gourmets sin escrúpulos)



El Mustang (o los Mustangs) de la época


Aquí empezó Fernando Roig con Mercadona


Tráfico en la Operación Salida.